Los abuelos de Netanyahu

José Cancio

OPINIÓN

Benjamin Netanyahu, en una imagen de archivo.
Benjamin Netanyahu, en una imagen de archivo. Ohad ZwigenbergPOOL | EFE

20 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Anoche, sentado excepcionalmente frente al televisor, cambié de canal en busca del imposible programa interesante y durante los quince o veinte segundos que me ocupó ese recorrido inútil me llamaron la atención unas imágenes en blanco y negro. Detuve la secuencia, centré la vista con expectación y descubrí horrorizado los rostros de algunos judíos que deambulaban con pasos temblorosos por el campo de concentración de Auschwitz. Parecían zombis sin rumbo. Me pregunté la edad que podían tener y no encontré el modo de determinarla, tal vez todos fueran viejos, tal vez algunos fueran todavía jóvenes. Si el impacto que me producía la inexpresividad gélida de sus rostros fue inmenso, al observar después sus miradas perdidas, donde se apreciaba la incapacidad para demostrar dolor o rabia o desesperación, me sentí removido por dentro como pocas veces antes. En aquellos ojos derrotados y sin brillo que con patética curiosidad se atrevían a fijarse en la cámara que los filmaba, la muerte próxima se adueñaba de las pupilas ennegreciéndolas, como si les exigiera ir rindiendo tributo a la reina de la oscuridad eterna. Los cráneos rapados con desprecio humillante, la insólita delgadez de sus brazos y piernas, los cuerpos abandonados a una fragilidad absoluta, eran la manifestación pavorosa del trato inhumano que habían recibido de sus verdugos, cuya crueldad, a pesar de haber sido juzgada y condenada en Nuremberg con el máximo rigor, necesitará aún mucho tiempo para ser perdonada. 

Recordando estas imágenes, que no son fáciles de olvidar porque la  memoria impone su cuota de homenaje a las víctimas, cuesta trabajo aceptar que esos pobres desgraciados sean ascendientes de los incondicionales seguidores de Netanyahu y de él mismo, aplicado ahora con ferocidad en el objetivo de arrasar sin compasión a los gazatíes y sumirlos en la miseria extrema como respuesta a la matanza acaecida en octubre. Curiosamente, ni el más catastrofista de los analistas políticos había sospechado que las enloquecidas huestes de Hamás pudieran desencadenar una orgía de sangre de tal calibre ante la flagrante ignorancia de la inteligencia hebrea. En cambio, la posterior represalia con que días después respondía Netanyahu al ataque sí era previsible, nadie la dudaba, pero tampoco se sospechó que alcanzaría este grado de devastación sin límite propio de la vieja ira del cielo.  

Inshallah. Dios Yahvé. Dios Alá. 

Quién les iba a decir a aquellos miles y miles de judíos enterrados como alimañas en fosas comunes de los campos de exterminio, algunos todavía vivos, algunos todavía niños, que ochenta años más tarde los nietos de los supervivientes de aquel máximo ejemplo de perversión humana iban a masacrar a los palestinos con la misma fiereza que ellos habían sufrido entre las alambradas de Auschwitz, Treblinka, Mauthausen y otros recintos del infierno.

Tras el holocausto, la causa judía había pedido comprensión a la comunidad internacional y ayuda sin límites para dejar de ser apátridas, y las  recibió sin límites. Nadie puso en duda su derecho legítimo a clamar justicia, ni tampoco nadie les impuso silencio cuando expresaron su rencor. Y eso ocurrió porque la conciencia de occidente, quebrada su sensibilidad ante el espanto, se impuso a sí misma una respuesta moral al inmenso sufrimiento que les había causado el nazismo y decidió compensarlos expulsando arbitrariamente a los palestinos de sus tierras. Aquella solución, como todas las imposiciones que remedian una injusticia creando otra, fue el origen de numerosos conflictos siempre acallados por las armas del poderoso Israel, apadrinado descaradamente por sus amigos americanos. De un modo u otro sus habituales  excesos fueron consentidos y hasta causó admiración su intrepidez para derrotar a los países árabes que junto a los palestinos pretendían la desaparición definitiva del estado hebreo. Pero la desproporción con que ahora se está castigando indiscriminadamente a la población de Gaza va a desacreditar gravemente a la causa judía cuando la historia juzgue su ansia de venganza. Ni la manipulación propagandística norteamericana ni la europea conseguirán borrar de la memoria colectiva este episodio sangriento hasta que transcurran muchos años. Los mismos, tal vez, que necesitarán los nazis para que sus nefandos crímenes sean olvidados.